jueves, 9 de noviembre de 2017

La almohada maravillosa (3º B)

Hace muchísimos años un anciano muy sabio paseaba despacito por un sendero que conducía a la pequeña aldea donde vivía. Iba cargado con un saco, y entre el peso y tanto andar, empezó a notar que sus piernas estaban cansadas y necesitaba reponer fuerzas.


Descubrió una arboleda donde daba la sombra y decidió que ese era el lugar adecuado para hacer un alto en el camino. Buscó el árbol más frondoso, puso una esterilla a sus pies, se sentó en ella, y para estar más cómodo apoyó la espalda en el tronco ¡Descansar un rato le vendría muy bien!

Casualmente pasó por allí un joven campesino.
– ¡Buenas tardes, señor!

El anciano le dedicó una sonrisa e hizo un gesto con la mano derecha para que se sentase a su lado.

– Si quieres descansar tú también, compartiremos la esterilla y nos haremos compañía.

El chico aceptó la invitación y los dos se pusieron a charlar. Después de una hora de animada conversación, el joven, de forma inesperada, le confesó una pena que llevaba muy dentro del corazón.

– Estamos aquí, riendo y pasando un rato agradable… Seguro que usted piensa que soy un hombre feliz, pero las apariencias engañan: mi vida es un desastre y me siento muy desdichado.

El anciano le miró fijamente.

– ¿Y por qué no eres feliz? Eres un chico guapo, estás sano, y gracias a tu trabajo en el campo siempre tienes comida que llevarte a la boca ¿No te parecen suficientes motivos para sentirte dichoso?

El campesino, con los ojos llorosos, se sinceró.

– ¡Mire qué pinta tengo! Mi ropa es vieja y a pesar de que trabajo quince horas diarias sólo puedo permitirme comer pan, sopa y con suerte, carne un par de veces al mes ¡Mi sueño es convertirme en un hombre rico para disfrutar de las cosas buenas de la vida!

El viejo le preguntó con curiosidad.
– ¿Y cuáles son para ti las cosas buenas de la vida?

Al joven se le iluminó la cara.

– ¡Pues está muy claro! Tener dinero para vestir como un señor, comprarme una bonita casa y comer lo que me apetezca, pero por desgracia, los sueños nunca se hacen realidad.

Nada más pronunciar estas palabras, el campesino, como por arte de magia, se quedó profundamente dormido. El anciano, sin hacer ruido, sacó una almohada de su saco y se la colocó bajo la cabeza para que estuviera más cómodo.

Mientras escuchaba los ronquidos,  susurró:

– ¡Esta almohada hará realidad todos tus deseos!

¡Y es que la almohada no era una almohada normal! No era blanda ni estaba cosida por los lados como todas, sino que era de porcelana y tenía forma de tubo abierto por los lados.

El chico, apoyado plácidamente sobre ella, comenzó a tener un sueño maravilloso.

¿Quieres saber qué soñó?…

Soñó que era el propietario de una elegante casa por la que pululaban un montón de sirvientes, todos a su disposición; por supuesto, iba ataviado con ropa elegante porque ya no era un simple campesino sino un hombre sabio experto en leyes ¡Tenía una vida maravillosa, la que siempre había querido!

El sueño fue muy largo y lo vivió como si fuera absolutamente real. Tan largo fue que hasta pasó el tiempo y conoció a una mujer bellísima de la que se enamoró perdidamente. Por suerte fue correspondido, se casaron y tuvieron cuatro hijos.

Su vida era increíble, pero se convirtió en perfecta cuando el rey en persona le nombró su consejero principal. Empezó a rodearse de gente importante que se pasaba el día haciéndole la pelota y obsequiándole con fabulosos regalos  ¡Ahora sí que había conseguido todo y se consideraba el tipo más afortunado de la tierra!

Así fue hasta que un día las cosas se torcieron. Sucedió algo terrible: un ministro del rey, que le tenía mucha envidia, le acusó de ser un traidor. No era cierto, pero no pudo demostrarlo y  fue llevado ante un tribunal.

Con las manos atadas, tuvo que escuchar el veredicto del juez.

– ¡Este tribunal le declara culpable de traición al soberano! El castigo será el destierro. A partir de hoy, deberá abandonar el país y se le quitarán todos sus bienes.

– ¡Pero si yo no he hecho nada, soy inocente!

– ¡Silencio en la sala! Como acabo de decir, el estado se quedará con todo lo que tiene. Nadie podrá darle trabajo y sólo se le permitirá pedir limosna por las calles ¡Vivirá sin nada el resto de su vida! ¡Dicho esto, que se cumpla la sentencia!

El pánico le invadió y dio un grito de terror que le despertó. Estaba empapado en sudor y le temblaban las manos. Desconcertado, abrió los ojos y vio que a su lado estaba el anciano acariciándole la frente para que se calmara ¡El sueño maravilloso se había convertido en una horrible pesadilla!

– ¿Qué te pasa, muchacho? ¡Has dormido un buen rato!

El chico contestó con la voz entrecortada:

– He tenido un sueño… ¡un sueño espantoso! Bueno, al principio fue bonito porque yo era un hombre rico e importante,  pero alguien me traicionó y me acusó de algo que no había hecho ¡y me condenaron a vivir en la miseria!

– ¡Vaya!… ¿Y qué piensas ahora?

El chico se levantó, se sacudió el polvo de los pantalones, y le dijo sin dudar:

– ¡Pues que ya no quiero ser un hombre importante! Prefiero seguir con mi vida sencilla y tranquila donde no hay gente envidiosa ni falsos amigos. Pensándolo bien, tampoco me va tan mal ¿verdad?

El anciano le guiñó un ojo y le tendió la mano para despedirse.

– Hasta siempre, joven. Espero que a partir de ahora disfrutes de lo que tienes y sepas apreciar que la felicidad no siempre está en tenerlo todo, sino en apreciar las pequeñas cosas que nos rodean.

– Así lo haré, señor. Estoy encantado de haberle conocido y espero que nos veamos en otra ocasión.

– ¡Seguro que sí!

El muchacho se alejó silbando de alegría rumbo a su modesta casa; el octogenario, con mucho mimo, guardó su valiosa y extraña almohada en el saco, por si volvía a necesitarla en otra ocasión.
Después de haber leído el cuento, en un comentario escribe sobre qué trató la lectura.

SERAFÍN, UNA AVENTURA SIN FIN (2° B)



En uno de los barrios de Buenos Aires, vivía Serafín, vivía en San Telmo. Sí ahí mismo, cerquita de la plaza, en donde todos los domingos se baila el tango, !claro, esa misma! Donde van muchos chicos a andar en bicicleta, comer pochoclos o andar en monopatín.

Image result for dibujo de un niño¿Queréis saber cómo era Serafín?, era tan, pero tan alto que a veces a sus amigos le parecía que tocaba el cielo con sus manos y era tan flaco que podía pasar, sin lastimarse, entre dos rejas.

Todas las mañanas colgaba su mochila al hombro, se ponía el gorro rojo de lana, tejido por la tía Felisa, y silbando bajito sé iba a su escuela, de la mano de su abuela.
Los vecinos lo saludaban al pasar:
-chau Serafín saludos a tu mamá
-hola Serafín, ¿cómo anda tu papá?
Y así entre holas y chauses llegaba tempranito y feliz a clase.

¡Ah! ¡Me olvidaba de contarte! Serafín no veía, era ciego, no podía ver ni los árboles, ni el sol, ni la cara de sus amigos. . . Ni una manzana, pero igual los conocía, pues "los tocaba", "los olía", "los escuchaba", sus manos eran cómo mágicas, al tocar la cara de su mamá, él se daba cuenta, si ella estaba contenta o triste, cuando sentía con su nariz la fragancia de los jazmines, mezclado con olor a tortas recién horneadas, sabía que estaba frente a la casa de sus abuelos, podía caminar sin tropezarse por cada calle de su barrio, cuando escuchaba a su perro ladrar salía a la puerta de la casa a recibir a quién lo visitaba.

Sus amigos lo querían mucho y siempre lo ayudaban, en las cosas que por no ver, le resultaba difícil hacer, cómo por ejemplo, jugar a las escondidas. Siempre se escondía con alguno de ellos. Él estaba feliz de tener esos amigos, pero apenado porque nunca los había podido ayudar

Todas las noches antes de dormirse pensaba “cómo me gustaría que algún día Pedro, Inés o Julián me necesitaran y yo poder ser quién los ayude, pero me parece que esto no va a suceder". . . Y así se dormía afligido por no poder cumplir este deseo.

Un día cuando llegó a la escuela, la maestra le dio una gran noticia
-¡el viernes próximo se hará el campamento!!!!
¡No podía sentir tanta dicha era su primer campamento!, cómo estaba en preescolar y ya habían cumplido los cinco, estaban grandes para dormir en una carpa, sin la compañía de sus papás, cuántas aventuras vivirían, sólo faltaban siete días.

...Y llegó el viernes. . .
Estaban todos y todo, sus compañeritos, la señorita Clara, las cuatro carpas, la fogata, la guitarra, las bolsas de dormir. . . Y las nubes. . . Sí, desde la tardecita, se asomaban "amenazantes".

La tía Felisa que sabía mucho de nubes y cielos le había dicho:
-lleva botas de lluvia, porque se viene la tormenta.
Y la mamá se las había puesto dentro de su bolso.

Comenzó a oscurecer, el profesor de música cantaba la canción que más lo divertía, |su amigo Julián percutía unos toc-toc a su lado, cuando Pedro se le acercó al oído y le dijo en secreto:

-con Inés y Julián queremos ir al patio de los nenes más grandes. ¿Queréis venir?
-¿solos?
-sí, solitos los cuatro.
-pero, si la maestra nos descubre se va a enojar.
-esta entretenida, ¡dale vamos!
-está bien ¡vamos!

Así con pasos silenciosos y apurados salieron del patio de los niños más pequeños, pasaron por un pasillo con muchas luces, caminaron por la sala de computación, bajaron por las escaleras de mármol, atravesaron el jardín de las rosas y. . . Por fin llegaron al patio de los más grandes.

-¡oh! ¡Qué enorme es este patio! Se oía decir a Julián
-¡corramos! ¡ujiu!!! ¡Qué divertido! ¡Inés, ven hasta el bebedero, mira cuánta agua sale!
Inés llevando a Serafín tomado de su mano riéndose y corriendo, llegó hasta el glorioso bebedero, en donde los esperaba Pedro, para mojar sus manitos en el agua fría.

Los cuatro se abrazaban, corrían, saltaban, sus carcajadas se oían hasta la cocina del colegio.
De repente todo se oscureció.
-¡hay, tengo miedo!!-gritó Inés
-¿por qué? -dijo Serafín (que cómo no veía no se daba cuenta de lo que había pasado.
-no hay luz y no vemos nada.
-ni siquiera nos alumbra la luna porque está nublado-no terminó de decir eso Pedro, cuando un ruido estremecedor se escuchó casi dentro del patio.
-¡auxilio!!!!
-¡ayuda!!!!
-¡socorro!!!!
-eso fue un trueno-dijo tranquilo Serafín, no tengan miedo.
-pero es que no vemos nada y. . . Y. . . Comenzó a llover
-¡mamá!!!!!Buaaaa!- Lloraba Inés
-volvamos a donde están la maestra y nuestros amiguitos.

Adelante caminaba Serafín, que los guiaba, pues él no necesitaba la luz para caminar sin tropezarse, estaba acostumbrado, abrazada a él, Inés temblorosa y asustada, de su mano, Pedro que se reía de los nervios y por último Julián que sólo decía
-mamá quiero, a mi mamá.
-aquí está el patio de las rosas, me doy cuenta por el aroma, cuidado con lastimarse con las espinas.
-¡hay! Yo me raspé –gritó Julián-¡mi mamá quiero a mi mamá!
-caminen por el borde tocando la pared

En ese instante Pedro que se había soltado de la mano de Inés -exclamó- me golpee el pie, aquí hay algo.
-¡cuidado, es la escalera!!
-¿cómo sabes, Serafín?
-por el frío del lugar, yo siempre que subo esta escalera siento el frío del mármol. Deben subir con cuidado tocando con la punta del pie el siguiente escalón.
Cuando sintieron el último escalón, respiraron aliviados.
-ahora pasaremos por la sala de computación, las puntas de las mesas pueden dañarlos, estiren sus brazos para que sean sus manitos las que toquen con cuidado los escritorios de las computadoras.

Los tres amiguitos en hilera seguían a Serafín que los guiaba orgulloso.
Y por último. . .
-Patapluf!!!-Julián estaba caído en el piso porque se llevó por delante la puerta que los llevaba al gran pasillo.
-¡hay mamita, socorro!!
-aquí está el gran pasillo, abran sus brazos y toquen las dos paredes de los costados, caminen seguros y sin temor-les aconsejó Serafín.

Cuando llegaron al final escucharon la voz de su maestra y sus compañeros cantando:
"no tenemos mie... E... Do, no tenemos mie... E... Do”.
Despacito se acercaron al fogón y sentándose al lado de sus amiguitos, cantaron fuerte, fuerte la canción.
La señorita Clara los vio y les preguntó
-¿dónde estaban?
-fuimos al baño
-deben pedir permiso, para ir al baño, ¡que no vuelva a pasar!
-sí señorita, así será.

Los cuatro sonrieron dichosos por la aventura que habían vivido, pero Serafín era el más afortunado, pues había podido, por fin ayudar a sus amigos.
Nunca olvidaría su primer campamento.

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"PISOTÓN VA AL COLEGIO" (2°A)



"PISOTÓN VA AL COLEGIO" 


pisotón


Un nuevo acontecimiento en la familia Hipopótamo estaba por suceder. Pisotón, el mayor de los hijos, iría por primera vez al colegio.
―Mamá –dijo Pisotón, preocupado-. No quiero ir al colegio.
Mamá Hipo le habló:
―La escuela es un sitio lindo donde todos vamos a aprender. Cuando yo era pequeña como tú, también fui al colegio. Allí encontrarás compañeros y profesores que te enseñarán muchas cosas. Además, vas a hacer amigos y a la hora del recreo, podrás jugar con ellos.
Al día siguiente, su mamá le dijo:
―Apúrate Pisotón, vamos a la escuela. Papá Hipo vendrá con nosotros.
Al salir de su casa, Pisotón se sentía contento; pero pronto comenzó a sentir temor de que su mamá no se quedara con él. Iba tan fuertemente agarrado de su mami, que la mano le dolía.
Al llegar a la entrada, su mamá lo abrazó y le dijo que ella y papá vendrían a buscarlo. Pisotón empezó a llorar. Su corazoncito le brincaba como pelota de ping–pong.
―No te vayas, mami. No quiero quedarme aquí.
En ese momento, Chapuzón, el cocodrilo, que era uno de los más grandecitos, se acercó y le dijo a Pisotón:
―No llores, amigo. En la escuela se la pasa uno rico.

Pero Pisotón seguía pensando: ―No quiero que mamá se vaya. ¿Y si no vuelve a buscarme? 
Pisotón se sintió mucho mejor cuando doña Búho, su profesora, lo recibió con un beso.
Entonces, mamá Hipo le dijo:
―Tengo que irme a casa; ya sabes que tengo mucho que hacer. Pero en un ratito papá y yo volveremos por ti.
De pronto, Pisotón vio a Pelusa, la ardilla colorada, a quien ya conocía.
―Siéntate a mi lado –dijo Pelusa―. Estamos aprendiendo una canción.
Pisotón se alegró mucho de ver a su amiga. Le dio un beso a su mamá y le dijo:
―No te tardes, mami, por favor, regresa por mí.
Ese día hizo muchas cosas nuevas y divertidas. Conoció al profesor don Sapo, que tenía unos ojos enormes. También a doña Canguro y al profesor Alcatraz. Estuvo tan entretenido que el tiempo pasó de volada.
Al poco rato, doña Búho les dijo:
-Les tengo una sorpresa. Afuera están papi y mami, que vinieron a recogerlos.
Pisotón se puso feliz al ver a sus papás. Corrió y los besó. Les contó lo que había hecho, se despidió de sus amigos y profesores, y les dijo que mañana volvería. Quería llegar a casa para contarle a la abuela todo lo que había aprendido.
A casi todos nos da miedo entrar a la escuela, pero muy pronto descubrimos que es un buen lugar, y que podemos gozarla.



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¿De qué trato el texto? 

La ratita presumida 1 "B"







LA RATITA PRESUMIDA
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Érase una vez un pueblo muy bonito. Y en el pueblo había una casa de color rosado donde vivía una ratita.
Y la ratita era tan coqueta como hacendosa. Por eso, cada día limpiaba toda su casita y luego salía a barrer el portal, mientras cantaba: "pin-pirín-pin-pin, pon-porón-pon-pon barro mi casita con escoba y escobillón"
Una mañana, cuando estaba barriendo y cantando, vio algo que brillaba en el suelo y se agachó para saber qué era. ¡Llena de alegría, recogió una moneda!, y dijo:
-¡Que suerte! Con esta moneda redonda y dorada, ¿qué podría comprar?
¿Tal vez caramelos de menta o de fresa?
Y ella misma contestó:
-Ni hablar. ¡Mis dientes se estropearían!
Y siguió pensando:
-¿Acaso un traje de fina seda?
Pero se contradijo otra vez:
-Ni hablar. ¡Tendré mucho que planchar!
Por fin se decidió:
-Ya sé, ya sé, un lacito rojo, es lo que compraré.
Se fue corriendo a la tienda y compró un hermoso lazo de terciopelo rojo, que se puso en la colita.
Por la tarde, la ratita salió y se sentó ante el portal de su casa, para lucir su nuevo lazo y presumir ante todo el que pasara.

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El primero que pasó fue un burro que, al verla tan elegante, exclamó:

-Ay, ratona-ratita, mira que paso por aquí cada día, pero nunca me había dado cuenta de ¡lo rebonita que eres!
Al oír sus palabras, la ratita presumida se ruborizó y dijo:
-Oh, señor Burro, eres muy galante, muchísimas gracias.
Pensando si le haría caso, el burro soltó un suspiro:
-¿Te casarías conmigo?
Pero antes de contestar, ella a su vez, preguntó:
-Y por la noche ¿qué ruido harás?
El burro rebuzno con voz de tenor:
Hiah, hiah, ho, hiah, hiah, ho.
-Ni hablar. Con tanto ruido me despertarás. Contigo no me he de casar.
El burro se marchó, ofendido por sus palabras.

Poco después pasó un gallo que, al verla tan guapa, se entusiasmó:
-Ay, ratona-ratita, tanto tiempo hace que te veo en el portal, pero hasta ahora no había caído en lo rebonita que eres.
-Oh, qué amable eres, amigo gallo, muchísimas gracias.
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El gallo pensó que las tenía todas consigo y aleteó:

-¿Te casarías conmigo?
Pero antes de responder, ella a su vez, preguntó:
-Y por la noche ¿qué ruido harás?
Y el gallo cantó con fina voz:
Qui qui ri quí. Qui qui ri quí.
-Ni hablar. Con tanto ruido me asustarás. Contigo no me he de casar. 
Y el gallo se alejó, dolido por sus palabras.
 Frente a la casa de la ratita presumida vivía Ratoncito, que llevaba mucho tiempo enamorado de ella en silencio. Se dedicaba a admirarla desde su ventana pero no se atrevía a confesarle su amor. Sin embargo, aquel día, viendo que a la ratita presumida la rondaban varios pretendientes, decidió presentarse, la saludó:
-Hola vecinita, ¿cómo estás hoy?
La ratita, sin hacerle mucho caso, le contestó:
-Ah, eres tú, estoy muy bien, gracias.
Pero Ratoncito insistió:
-Siempre que te veo, todos los días, estás preciosa. Pero ¡hoy lo estás aún más!
Y muy seria, ella lo despidió:
-Te lo agradezco, pero tendrás que disculparme porque estoy muy ocupada y no puedo seguir charlando contigo.
El pobre Ratoncito volvió a su casa abatido y tuvo que conformarse con seguir mirándola desde su ventana.

Al cabo de un rato pasó por allí un astuto gato, que se detuvo y dijo maliciosamente:
-Muy buenas tardes, hermosa Ratita, siempre que paso por aquí y te veo, pienso una cosa y hoy te la voy a decir: ¡eres la muchacha más rebonita del barrio! ¿Lo sabías?
-Oh, ¡qué cosas dices, Don Gato, eres todo un caballero, no merezco tus elogios, muchísimas gracias!
El gato, envalentonado, pensó: Estoy de suerte, cero que le gusto, y se apresuró a proponer:
-¿Quieres casarte conmigo?
-Tal vez -dijo Ratita complacida -pero antes tengo que hacerte una pregunta.
Por la noche ¿que ruido harás?
El gato comprendió que, si contestaba lo que la ratita esperaba oír, tenía todas las de ganar, y con su voz más suave maulló dulcemente: 
Miauu, miauu, michi, michi, michi, miau...
-Oh, sí -aplaudió la ratita-. ¡Contigo me puedo casar, pues con ese delicado maullido me arrullarás!

Y la ratita presumida y el gato se hicieron novios y comenzaron los preparativos para la boda.
En día anterior a la celebración, Gato invitó a Ratita a una comida campestre.
-No te preocupes -le anunció-, yo me encargaré de llevarlo todo.
Ratita, muy ilusionada, pensó: Un novio tan atento será aún mejor marido
Pasearon largamente por el campo hasta que llegaron a un paraje solitario, donde él se detuvo y comentó:
-Iré a buscar leña para asar una carne muy tierna -y se fue.
En su ausencia, Ratita quiso ver qué había en la cesta que había traído su novio, y aunque miró y remiró por todas partes, no encontró más que un cuchillo, un tenedor y una servilleta dentro.
-¡Que raro! -se dijo-. ¡Aquí no hay nada de comida!
Cuando Gato volvió con su carga de leña y estaba encendiendo el fuego, ella le confesó que había estado mirando en la cesta y le había sorprendido muchísimo ver que no hubiera comida.
Entonces, mostrandole sus fieros colmillos y sus verdaderas intenciones, el gato le respondió:
-¡Ja, ja, ja, mi inocente ratita, hazte a la idea de que vas a ser tú la comida!

La ratita presumida empezó a temblar, muerta de miedo, y a punto estaba de ser preparada al fuego cuando apareció su vecino Ratoncito, que, como no se fiaba un pelo, había seguido a la pareja hasta allí.
Ratoncito cogió del fuego una rama que ya empezaba a arder y se la aplicó al gato por la punta de la cola y el muy traidor huyó aullando de dolor.
En ese momento, el ratoncito dijo con ternura:
-Ratita, Ratita, mi ingenua y presumida Ratita, bien sabes que eres la más bonita.
Y luego, muy nervioso, con un hilo de voz, pidió:
-¡Cásate conmigo!
Y aunque Ratita ya estaba decidida, igualmente preguntó:
-Y por la noche, ¿qué ruido harás?
-Dormir y callar -le respondió él.
Entonces la ratita presumida consintió:
-Oh, sí, ¡contigo me he de casar!
Ratoncito y Ratita se casaron enseguida y vivieron muy felices en su rosada casita.

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Lectura del cuento 1 "B"

Hansel y Gretel En una cabaña cerca del bosque vivía un leñador con sus dos hijos, que se llamaban Hansel y Gretel. El hombre s...